Beatriz Sarlo reflexiona en Clarín sobre algunos problemitas como la educación, la lectura y otros temas. Muchas cosas ya se han escuchado pero sirve el resumen.
Abismos que abre la Lengua
Se realizó en Rosario, hace algunas semanas, el Congreso de la Lengua. Dicen que la ciudad quedó muy mejorada, porque la visita de los Reyes de España y otras celebridades provocó una especie de lifting urbano. Nos enteramos también que Sabato siempre había soñado con tener una camiseta de Rosario Central y que el Congreso fue ocasión para que se le cumpliera el sueño. Se trata de un deseo bastante simpático, lejos de las acostumbradas lecciones a la juventud o de las advertencias más tremebundas. Los diarios transcribieron fragmentos de los discursos pronunciados en las sesiones. En fin, cada uno cumplió con su papel, lo cual ya es bastante porque los primeros pasos de la organización del Congreso hacían temer desenlaces peores. ¿Todo bien, entonces? Yo diría que no.
La Argentina es un país donde, en las últimas décadas, descendió la lectura de diarios y revistas; y donde un chico puede pasar un año en la escuela sin leer un libro completo (y me pregunto también qué libros completos leen muchos de sus maestros). El porvenir de la lengua está todavía unido a la escritura. Todos los demás sistemas de comunicación, en algún punto, remiten a la escritura y a la capacidad de descifrarla. A lo largo de los siglos, sólo las lenguas que se convirtieron en lenguas escritas, que lograron ser leídas y no sólo habladas, se consolidaron como instrumentos poderosos. En la Argentina, un verdadero abismo separa a quienes se manejan con destreza en la escritura y quienes derivan por las orillas de la semi-alfabetización. Esa fractura entre verdaderas clases socioculturales es más profunda hoy que hace tres o cuatro décadas.
Hoy, no tenemos ninguna seguridad de que un chico aprenda bien a leer y a escribir. La escuela no garantiza ese aprendizaje porque pertenece a una sociedad que tampoco está en condiciones de garantizarlo. Mientras que en muchos países del mundo existe la preocupación de juntar a chicos pobres y ricos en la misma escuela para evitar las desigualdades, en Argentina las consecuencias de la crisis acentuaron, como en demasiados aspectos, una separación entre pobres, sectores medios y ricos. Hay escuelas de acuerdo con cada nivel socio-económico, que se imponen como un destino.
El país tiene guetos culturales y esto echa por tierra cualquier ilusión de democracia en la sociedad. No hay igualdad posible, si las instituciones (y la escuela es fundamental en este aspecto) no compensan las desigualdades de origen. Lo que la escuela no ocupa, es ocupado por los medios de comunicación audiovisual sin contrapeso.
Lejos de las ilusiones de la Argentina moderna, es decir de la Argentina de la primera mitad del siglo XX, la Argentina de los primeros años del XXI se quiebra a lo largo de líneas definidas por el acceso a todos los bienes, entre ellos, la cultura. Y, en el centro de la cultura, como su corazón y su impulso, está la lengua. El balance de medio siglo deja poco para celebrar. La injusticia cultural y educativa ataca primero a los más débiles (por ejemplo, a los chicos que no comen, que viven en la calle, que han perdido toda idea de futuro), pero también carcome el fallido bienestar de quienes pertenecen a sectores que piensan haberse salvado de lo peor de la crisis.
En este sentido, la crisis no pasó, porque sus consecuencias se han consolidado, han trazado límites precisos y, a lo largo de esas separaciones visibles y tangibles están los que pueden pensar que su futuro no va a ser igual que su presente, y aquellos cuyo futuro, quizá, sea peor que su presente. No habría que quedarse tranquilos, dado que vivimos en este paisaje habitado por ciudadanos impedidos. Lengua, escritura, razonamiento intelectual, capacidad de ciudadanía, posibilidad de reclamar y buscar una representación: esta secuencia no es una suma de palabras sino una cadena que puede enredar a centenares de miles si sus eslabones están cortados. De la lengua a la política, de la lengua a la justicia, de la lengua a los derechos culturales: no es posible pensar las cosas de otro modo.
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